Llevo varios días con este post en borradores pero he leído una noticia que me anima a terminarlo por fin. La noticia es esta ‘La Biblioteca Nacional quiere custodiar los videojuegos‘. ¿Custodiar los videojuegos? Exacto. Resulta que hay garantes que se encargan de preservar la memoria de la humanidad. Muy muy simplificado (es un tema que genera bastante debate entre los agentes implicados) las Bibliotecas Nacionales se encargan de guardar y conservar los libros publicados (y partituras, y algunas fotos y algunos folletos y más cosas), los archivos nacionales, los otros documentos publicados -relevantes de alguna forma para la historia de un país-. Y lo digital… Bueno, lo digital a día de hoy sigue teniendo cierta controversia. Voy a citar a la UNESCO:
Existe un riesgo creciente de perder información muy valiosa para la humanidad en términos de conocimiento, identidad, historia y valores humanos. Por ello, la UNESCO lucha por sensibilizar a los gobiernos, las instituciones competentes y el gran público sobre la importancia de preservar la información para las generaciones actuales y futuras. El patrimonio documental es la memoria de la humanidad pero sufre constantes amenazas y corre el riesgo de desaparecer para siempre.
La necesidad más urgente es asegurar la preservación del patrimonio documental que tiene relevancia mundial. También es importante hacer que este patrimonio sea accesible al máximo número de personas posible mediante el uso de tecnologías apropiadas. La UNESCO toma las medidas necesarias para conservar el patrimonio documental y audiovisual a través del programa Memoria del Mundo. La UNESCO sostiene que el patrimonio documental mundial pertenece a toda la humanidad, por lo que debe preservarse y protegerse íntegramente, y estar al alcance de todos sin restricción alguna.
La preservación, el acceso y la distribución de la información dependen de la estabilidad de los documentos y del grado de disponibilidad para su consulta. Paradójicamente, los avances tecnológicos pueden hacer que los documentos sean más inestables y reducir su tiempo de vida. De hecho, mientras que las tablillas de arcilla se pueden conservar durante varios milenios, los documentos audiovisuales no duran más que unos decenios y el patrimonio digital no supera los diez años de vida.
Sensibilizar al público sobre la necesidad de conservar el patrimonio documental digital ha impulsado la adopción de la Carta de la UNESCO para la preservación del Patrimonio Digital y de la Declaración de Vancouver UNESCO/UBC, cuyas medidas deben ser implementadas por la UNESCO, los Estados Miembros, las asociaciones profesionales y la industria.
Desde 2018 estoy metida en varios proyectos vinculados a instituciones que guardan la memoria, así que he tenido la suerte de aprender mucho escuchando a los técnicos y las técnicas (archiveros, bibliotecarias…). En una reunión en diciembre de 2018 con representantes de los archivos históricos de varios países europeos supe que España es uno de los países europeos con más volumen de archivos históricos tiene por no haber participado en las Guerras Mundiales. Eso significa que sus archivos no perecieron bajo los bombardeos y que lo que en ellos se almacenaba, se pudo salvar.
Esta foto no tiene tanto tiempo:
La biblioteca nacional bosnia desapareción entre llamas en 1992 durante el cerco a Sarajevo. Con ella se perdió parte de la memoria de un país (aunque algunos bibliotecarios lograron salvar documentos, como cuenta este interesante vídeo) y, por tanto, de la humanidad.
Para poner la memoria de la humanidad a salvo si algo así vuelve a suceder, se creó el archivo mundial en el Ártico.
Mientras, los archivos y las bibliotecas nacionales tratan de cumplir como pueden con su cometido de poner a disposición del público los contenidos que atesoran. La digitalización de todos esos archivos y bibliotecas es un camino largo y costoso que no resuelve, además, los retos que en sí mismo esconde el almacenamiento, la conservación y el acceso a la información una vez digitalizada.
Uno de los objetivos del proyecto de Europa Creativa ‘Tesoros Digitales Europeos: gestión de archivos centenarios en el siglo XXI‘ liderado por el Ministerio de Cultura y Deporte en el que participo desde Factoría Cultural diseñando la parte transmedia del proyecto, es crear nuevas audiencias. Darle una nueva vida a los documentos históricos para que lleguen a un mayor número de personas -a ser posible, nuevos públicos- (para conocer el proyecto en detalle, os recomiendo entrar en esta web). La primera parte del proyecto ha consistido en definir los temas sobre los que irán las exposiciones y seleccionar documentos para contarlas entre los archivos de España (España tiene 8 archivos históricos, amics…. Visitad su portal, PARES, y perdeos en sus joyas, es maravilloso), Malta, Hungría, Portugal y Noruega. Nunca sabes cuándo vas a aterrizar en un proyecto increíble y este lo es. ¡La archivística se va a poner de moda! (recomiendo muy enfervorecidamente la lectura de «El misterio del Cisne Negro» de Paco Roca y Guillermo Corral).
El proyecto La Memoria del Circo del que ya hablé en este post busca reconstruir la memoria del Circo a partir de la colaboración entre instituciones y ciudadanos: describiendo fotos o documentos que tenga la ciudadanía además de las que tengan el Circo Price (impulsor del proyecto) o la Biblioteca Nacional para crear una base de datos digital que permita a los historiadores e historiadoras conocer mejor lo que pasó. Este proyecto urgía (urge) porque las personas que vivieron en primera mano la edad de oro del circo madrileño empiezan a faltar y con ellos, su memoria.
Llegamos al tercer punto. La memoria de internet. Desde que a finales de los 90 el uso de internet se popularizó, se han generado millones de contenidos vinculados a ese soporte. En la web Internet Archive se recogen algunos de ellos aunque ya no estén online (y además hay un buscador que permite ver cómo eran determinadas webs a lo largo del tiempo) pero detrás no hay un criterio de especialistas sobre qué conservar y cómo. Sobre este tema he leído y escuchado posturas distintas: que si la conservación tiene que ser internacional y encargada a un organismo independiente, que si cada país tiene que preservar lo que han publicado sus ciudadanos o que si cada país tiene que preservar lo que se aloja en servidores que están en su país o en dominios que pertenecen a un país u otro. En el artículo mencionado más arriba, la Biblioteca Nacional Española ya se postula como conservadora de publicaciones digitales (y no hablo solo de libros en formato digital, sino de webs), pero ¿y twitter? ¿Instagram?
Hace unas semanas hablaba con Carlos Langa sobre qué pasa cuando alguien borra su cuenta de Twitter. «Depende» me dijo. «Esa cuenta puede estar contando algo histórico y, al borrarlo, se pierde la posibilidad de que los historiadores del futuro tengan un testimonio -subjetivo- en tiempo real. Piensa en el 15M o en las Primaveras árabes». Y de esos tweets ¿cuáles se deberían conservar? ¿debería la Biblioteca Nacional de España almacenar el tuit-relato de Manuel Bartual? ¿Los hilos de Pérez-Reverte? ¿Los vídeopoemas publicados en instagram o en youtube?
Y llego así a la cuarta y última pata de este tema que cada vez me fascina más: el tema de la conservación, almacenamiento y distribución del arte digital. Es un tema al que llegué gracias a Diego Mellado, que estuvo como viverista en Factoría Cultural y que fue quien me contó (poniéndomelo fácil) el debate que había alrededor de la conservación del arte digital: qué pasaba cuando se estropeaba el hardware o el software de una pieza de arte digital y era irreparable en los mismos términos en los que se fabricó ¿se actualiza? ¿se reprograma? ¿cómo se adapta sin alterar la obra? (hay mucho escrito sobre esto, así que no me voy a meter a fondo porque no soy experta). Tiempo después he tenido la suerte de colaborar en su proyecto Plataforma de Conservación de Arte Digital basada en almacenamiento distribuido y he entendido que el desafío en la conservación del arte digital trasciende al ámbito público al que hasta ahora me he referido (el arte es otro mundo distinto a los documentos) y compete a los particulares. Respecto a las loables (y necesarias) intenciones de la Biblioteca Nacional de conservar videojuegos, tengo la sensación -o al menos al leer el artículo de El País- que se está pensando en la conservación de videojuegos actuales -por eso comentan que no hay tanta producción patria, aunque en realidad sí hay mucha producción patria, pero ese es otro asunto-. Sin embargo, España tuvo una edad de oro de los videojuegos, en los 80 (trabajé con dos de los creadores más míticos de esa época e ir a ferias de videojuegos con ellos era como ir con Beyoncé a Coatchella):
Como en el proyecto de almacenamiento de arte digital de Diego Mellado, en los videojuegos no solo hay que conservar el juego en sí, como programa, también hay que conservar el hardware donde se reproduce/ juega (y probablemente, también, las carátulas) y, además, hay que tener en cuenta el sistema operativo sobre el que funcionan. Lo interesante sería también -y vuelvo a hacerme eco aquí del proyecto de Mellado- que la ciudadanía o los coleccionistas tuviesen la oportunidad de acceder al contenido almacenado -e incluso jugar con él- sin que eso pusiera en riesgo la integridad de la pieza (existen simuladores para muchos de esos juegos, pero eso, «simulan»… mis conocimientos técnicos llegan hasta aquí, me temo).
Llevamos más de 30 años produciendo contenidos digitales de forma masiva y quizá va siendo hora de que decidamos qué queremos que los historiadores del futuro sepan sobre nosotros y, sobre todo, evitar que sucedan cosas como estas:
MySpace lost 12 years of music and photos, leaving a sizable gap in social network history
O la desaparición de redes sociales con su contenido incluido como pasó con Fotolog, Yfrog, Google + y tantas otras más…