Carli

Carli en los Exconxuraos

Atravesar los Exconxuraos del brazo de Carli era como ir caminando por la calle con Raphael -iba a decir Mick Jagger, pero creo que en mi pueblo Raphael pega más-. Una persona con hemeroteca propia por el pequeño e inmenso logro de haber vivido. Y de haberlo hecho de verdad: disfrutando de todo aquello que hacía, haciendo todo lo que le hacía disfrutar. Yo era un planeta en la galaxia que orbitaba a su alrededor. Una galaxia orquestada por mis tías y mi abuela que han dedicado su vida a que la de Carlos fuera una vida excepcional. De ellas he aprendido que no hay que conformarse con menos cuando se trata de celebrar a la vida y celebrar a las personas.

Carli con su madre Aurora, su abuela Carmen y su tía Luisa delante de Casa Laureano, circa 1962.

Nació con Síndrome de Down en Asturias hace 65 años. Todavía había mucho estigma alrededor de su patología. Pero él tuvo suerte: el Sanatorio Marítimo y una educación y una formación que le dieron autonomía en un momento en el que la autonomía de las personas con discapacidad no era la línea de intervención habitual. Carli vivía en Casa Laureano, el restaurante/ tienda/ estanco de mi familia paterna, con sus abuelos -mis bisabuelos-, mi abuela y mis tías. Una de las cosas que más me gustaba de las sobremesas era cuando me contaban lo trasto que era Carli de pequeño y él se tronchaba de risa al recordarlo. Otra de mis anécdotas favoritas fue cuando, al devolverle al peluquero el gesto que este siempre hacía al verle de revolverle el pelo, se quedó con el peluquín del peluquero en la mano, para susto de Carli y risa de toda la peluquería.

Si me limitara a contar mi experiencia con Carli, este texto solo recogería nuestro amor. Amor de compañeros de juegos en la infancia, de extrañeza cuando de pronto parecía que ya tenía más años que él, de júbilo cuando descubrí poco después que crecer a su lado significaba tener siempre abierto el armario de Narnia: al juego, al realismo mágico, a la sorpresa, a la broma. Carli, además, fue una inspiración para mí. Porque quise saber más sobre discapacidad, puse el foco en eso en Psicología y luego en Logopedia. De su necesidad de jugar y no encontrar juguetes que él no percibiera como infantiles obtuve una matrícula de honor en la uni pensando y creando juguetes para distintos tipos de diversidad funcional. De su placer por los libros me recorrí muchas librerías buscando algo que se adaptara a su nivel de lectoescritura, sus gustos pero también su edad. Descubrimos grandes álbumes ilustrados juntos. Algunos sobre catástrofes naturales, que durante un tiempo fue uno de nuestros temas favoritos de conversación.

Carli delante de dos de sus obras

Pero Carli era mucho más. No solo era el que me enseñaba en su caja de puros los resguardos de la quiniela y los sobres de la peña de lotería o me enseñaba dónde estaban guardados sus juguetes para compartirlos conmigo cuando era pequeña. Era una pieza fundamental en el pueblo: entrenó al fútbol a los niños de Llanera, fue el sacristán que movía la campanita en misa -me ha parecido oírla hoy-, el aficionado del Real Oviedo que tantas fotos tuvo con los jugadores, el amigo querido de tantas y tantas personas, más anónimas o más famosas. Es el que fue al Conciertazo a dirigir la Marcha Radetzky que siempre escucho pensando en él. El aventajado alumno de pintura del artista Benjamín Menéndez. El que participaba en los concursos de escanciar sidra y siempre se llevaba algún premio. Con muchísimos homenajes en vida.

Mis tías, con quien Carli vivió siempre, han sido las artífices de que la vida de Carli fuera tan feliz. Como en el curling, ellas se encargaban de encerar el suelo para que él se desplazara sin obstáculos. Carli ha tenido una vida plena e inmensamente dichosa gracias al amor, sacrificio, tesón e ilusión de mis tías y también de mi abuela. Tras su marcha, Carli empezó a apagarse.

Y ahora que tengo reciente el debate que plantea la obra de teatro “Lectura fácil” (basada en el libro homónimo de la escritora Cristina Morales) sobre la institucionalización de las personas con discapacidad, y las conclusiones a las que llegó Miguel Ángel Silvestre de la mejoría de su Tata mientras él vivió con ella, me doy cuenta de lo fundamental que ha sido que ellas estuvieran para que él pudiera ser quien realmente era. Un hombre feliz.

Un día como hoy, de cuando la vida era más fácil, nos lo pasaríamos dando vueltas con que si Carli iba a ir o no a misa de Gallo. Mi hermano dice que se ha ido para llegar a tiempo a la misa del gallo al otro lado. Y yo creo que lo que Carli ha hecho es reunirnos a todas las personas que le queríamos a 12 horas de la misa del Gallo, porque era un hombre muy responsable con sus quehaceres al que le habría encantado vernos ahí.

No me dio tiempo a mandarle felicitación navideña este año (las prisas, siempre alejándonos de lo importante), aunque procuraba mandarle postales de mis viajes. Sirvan estas palabras de última postal para recordar la vida de una de las personas más bonitas y especiales que he conocido y conoceré y de la que he recibido un amor que no se parece a ningún otro.