Hace unos días mi querido Sergio Bang (de la librería Grant Librería) se estrenaba en Zenda Libros llevando a la red su buena labor como librero top. Este artículo, «Saber perderse«, me dio una idea sobre posts de lecturas encadenadas. No sé si tengo mucho que contar para convertir esto en serie, si de «lecturas encadenadas» pasaremos a «contenidos encadenados» o si septiembre volverá a dejarme sin tiempo para nada. Pero hay algunas lecturas encadenadas de las que me apetece hablar.
En esta ocasión, una de mis debilidades -no sé aún por qué-: las autobiografías de mujeres durante la Segunda Guerra Mundial en Berlín. Cuando nos cuentan las guerras nos suelen contar lo que pasa en los frentes. He encontrado en estas autobiografías contadas por mujeres lo que pasaba en las ciudades, en la retaguardia. Donde el hambre, la violencia que mata o a veces no mata, pero destruye; el miedo; el sacar adelante a los niños, a los mayores, a ti. Ese relato, esa voz, es la que encuentro en estos libros.
El primer libro que leí de esta categoría fue «Los diarios de Berlín (1940-1945)» de Marie «Missie» Vassiltchikov. Me lo regaló un amigo en la época en la que yo solía veranear en Berlín con el objetivo de acompañar con historia mis paseos por esa preciosa ciudad. Lo curioso de ese libro es que lo compró recomendado por un librero al que años después conocí en una de las casualidades más rocambolescas que me han pasado nunca.
En «Los diarios de Berlín» Marie Vassiltchikov, una aristócrata rusa que se vio sorprendida por la 2ª Guerra Mundial mientras estaba en Berlín cuenta sus vivencias a modo de diario. Marie estaba en el otro lado, en el de los alemanes y extranjeros no nazis que se vieron atrapados por aquel horror estando allí y que trataron, con sus medios, de ponerle fin como fuera. Sin ánimo de hacer spoilers, nos acerca con lupa a la operación Valkiria.
Ese libro me hizo ver la otra cara, la cara que nunca había visto: la de los que se quedaron y no querían estar. La del Berlín que sufrió a los nazis y luego sufrió a los aliados. La de la población muerta de miedo, de hambre, de culpa. Un punto de vista privilegiado para una historia que también debe de ser contada.
Siguiendo esta línea, cayó en mis manos, casi de casualidad, «Una mujer en Berlín«, una autobiografía anónima de, se cree, una periodista contraria al régimen a la que la guerra también le pilló en Berlín, donde vivía. Un diario en primera persona demoledor; al no tener algunos de los privilegios que Marie sí pudo tener -no muchos, pero algunos- por ser aristócrata, hay que afrontar «Una mujer en Berlín» con el estómago vacío de rabia y bilis. Porque duele. Cuando esta mujer anónima llevaba registro de lo que estaba sucediendo, su única intención era que su voz no se perdiese, que su relato llegase más allá de sus manos. Porque su historia, aquella parte de la historia, también debía conocerse.
Con algo más de ambición literaria y llevando el periplo más allá de las puertas de Berlín, una librera judía debe cerrar su librería y abandonar Berlín cuando el poder de los nazis ya no tiene vuelta atrás. Lo cuenta Françoise Frenkel en «Una librería en Berlín» un relato autobiográfico de una mujer que huyó por toda Europa del monstruo del fascismo. Se saltan las lágrimas con el colaboracionismo francés y las tripas duelen a cada bache (tremendos baches) del camino. Quizá las ganas de convertirlo en un libro compensan la crudeza de lo que cuenta, sobre todo comparado con el anterior libro anónimo al que hacía referencia más arriba. Françoise Frenkel escribe una novela preciosa, necesaria. Y, después de esta novela, no se volvió a saber nada de ella.
Para completar esta trilogía sin salir de la guerra pero saliendo de lo autobiográfico, de la mujer narradora -aunque algunas de las historias de este libro las protagonizan mujeres y por eso está aquí- y metiéndonos de lleno en la ficción hipnótica de Joel Dicker, «Los últimos días de nuestros padres» es un libro de verano pero con recado.
En estos tiempos en los que parece que se nos olvida el daño que causó el fascismo a Europa y el mundo, leer es la mejor forma de saber.