Debo de ser una de las últimas en hablar del tema del verano: los robots. Y, probablemente, soy la persona interesada en robots que menos pelis de robots ha visto. Y series. Y libros. Pero heme aquí, lanzándome al ruedo.

Todo lo que gira en torno a la robótica me suena familiar por la buena relación que tiene mi padre con alguien que estuvo en los comienzos del área de robótica de la Universidad de Alcalá. Fue mi padre quien me contaba lo de las competiciones de robots mucho antes de que viera la peli «Big Hero 6«.
Este año, por mi trabajo, la relación con los animalitos de tuercas ha resurgido porque la robótica está empezando a incorporarse a las aulas de la mano de la nueva asignatura (obligatoria, optativa o extraescolar, depende de los centros y de la comunidad autónoma) de programación -en la mayoría de los casos-. O de mano de distintas empresas, asociaciones o grupos que llevan los robots a clase por amor a la robótica. Hablo por ejemplo de la liga de robótica escolar First Lego League, las actividades de pedagogía libre de Gamestar(t) o del kit de robótica para niños de bq.
Hasta aquí todo normal. Se programan robots. Se fabrican robots. Jugamos con robots.
Pero a Google le surge un problema: ¿cómo toman decisiones los coches sin conductor? Y es un problema que no pueden resolver sus ingenieros y programadores, así que buscan a filósofos para que les echen una mano con esto. Imaginemos un accidente en el que los ocupantes de uno de los vehículos van a morir inevitablemente. En un coche, nosotros. En el otro coche, un montón de niños de altas capacidades con toda la vida por delante. ¿Qué decide el coche? ¿Salvarte a ti, pobre mortal que ya arriesgaste tu vida con el garrafón de la sala Sol o a esos niños superdotados que pueden cambiar el rumbo de la historia (para bien)? No ha habido forma humana de tomar una decisión (por lo visto los robots lo tienen más claro) y ahí siguen. Deliberando.
Y llega la tragedia. Dos personas mueren en accidentes laborales con sendos robots implicados durante este verano. Dos trabajadores en dos países distintos con uno o dos días de diferencia. Y dio la casualidad de que hubo una Sarah O’Connor (sí, como la de Terminator) contando la noticia.
A robot has killed a worker in a VW plant in Germany http://t.co/RRdCnNmbsj
— Sarah O’Connor (@sarahoconnor_) julio 1, 2015
Estos días ha salido también la noticia de unos vándalos que han destruido a HitchBot, el robot que hacía autostop por Estados Unidos.
Como somos muy de volvernos locos por cualquier cosa, el tema de los robots asesinos se nos ha ido de las manos y ha abierto telediarios estivales que ya se habían cansado de hablar por tercera semana consecutiva de la ola de calor. Pero el asunto pone la piel de gallina cuando algunas cabezas pensantes como la de Stephen Hawking, firman un manifiesto para mantener lejos del entorno militar estos avances tecnológicos.
Los robots, su inteligencia artificial y, ahora, entra una nueva variable en el juego: la consciencia de sí mismos. Una universidad de Nueva York acaba de publicar un artículo en la revista New Scientist sobre el experimento en el que han conseguido que un robot pase el test de consciencia de sí mismo. El artículo, muy interesante, salió referenciado en castellano en Madri+d. Esto marca un antes y un después. En breve, los robots podrían pasar con soltura el test del espejo. Y ¿entonces?
Proceso de toma de decisiones, consciencia de sí mismos, alteraciones en el funcionamiento-comportamiento… Sin pretender ser yo una evangelista de la psicología, permítanme que me vaya a una hipótesis. La hipótesis de mi profesión del futuro.
Porque un robot se puede estropear (se puede estropear de golpe o puede acumular millones de microfallos en el software, en el hardware…) y eso puede alterar su funcionamiento (y su comportamiento). Y porque el proceso de toma de decisiones es programable, pero la inteligencia artificial se alimenta del «aprendizaje». Y porque la consciencia de «yo» nos lleva a nuevos planteamientos éticos para nuestros compañeros de metal. Y si aún no hemos logrado ponernos de acuerdo con los temas de ética animal, imagínense con los robots que no te miran con ojos de cordero degollado. Se me ocurre que mi profesión del futuro consistirá en algo de psicología tradicional, algo de programación, algo de ingeniería… Psicóloga-programadora de robots. En cualquier caso, no servirá de mucho: seguro que moriremos todos a manos de robots. Claramente.
Desde que ando dándole vueltas a estos temas (sobre todo en la parte más filosófico-ética-psicológica), me han recomendado algunas lecturas, pelis y series. Yo había visto muy poco hasta ahora.
Me gustó mucho «Her». Muchísimo. No es de robots exactamente, pero se introducen varios aspectos de los aquí hablados (OJO, SPOILER)
También he visto «Eva«, de Kike Maíllo. También varias veces. Y también habla de robots y presenta algunas de las preguntas a las que aterrizo -por lo visto- más tarde que nadie. ¿Qué ves cuando cierras los ojos?
Hay muchas cosas que me quedan pendientes:
H me recomienda la serie «Humans» y las pelis «Ex machina» y «Trascendence«.
K se sorprende de que aún no haya visto «Wall E«.
E me recomienda dos artículos «Un robot te robará el empleo» y una entrevista a Kurzweil.
No he leído el libro de Isaac Asimov «Yo, robot» (ni he visto la peli).