Le robo el título del post a una canción de Sabina.
Hablaba Javier Marías en un artículo de la Atracción al Espanto o al horror (no recuerdo exactamente el nombre que le dio). Lo utilizaba para explicar la incapacidad para cambiar de canal cuando aparecía en la tele alguien del tipo de Belén Esteban (en los tiempos de Belén Esteban). Algo así me pasa con los concursos de belleza infantiles tan famosos en EEUU. Probablemente ya he hablado de esto en alguna ocasión. Pero la magnitud que adquiere la sobrexposición mediática de los niños «adultizados» en los últimos años me alarma. Y mucho.
No voy a caer en el tema Miley Cirus. No hace más que otras hicieron antes. El problema no es ella, sino por qué el POP busca divas con actitud de putón verbenero. Pero ese es otro asunto.
Por un lado, Toddlers & Tiaras, un reality show estadounidense sobre concursos de belleza infantiles. Que ya el título es para salir corriendo. Bebés y niñas convertidas en engendros para ganar concursos de belleza. O bueno, «belleza». Creo que mi parte «favorita» es cuando las rocían de spray para estar morenos o las ponen bótox. No lo tengo claro aún. Ironías aparte, y quitando que puede ser cuestionable una opinión basada en paradigmas estéticos, son concursos de bebé-niña florero donde someten a las menores a un estrés y un sistema de competición que no es sano ni para su mente ni para su cuerpo. Es tan obvio la explicación de este punto, que no creo ser capaz de decir nada que nadie haya dicho ya a este respecto.
Hay más. «El nuevo icono de instagram» es un niño de 5 años que viste y posa como un adulto. Un adulto hipster dandy, pero adulto. El País nos habla de este «fenómeno» en un artículo.
No he probado a hacer más búsquedas que las que hice en Instagram con algunos hashtags, porque bastante horrorizada estoy ya. Pero todos os que tienen que ver con #littlemiss o #littlediva o #littlemissdiva son espeluznantes. Algunas fotos me hacían dudar si no estaba viendo fotos de pornografía infantil de algún país asiático.
En Little Miss Sunshine el director puso sobre la mesa una interesante cuestión ¿qué es lo pornográfico, la pequeña Olive, gordita, preciosa, todo inocencia y naturalidad, bailando el streap tease o toda aquella pandilla de Barbies de 7 años con más laca de la que llevaré yo en toda mi vida y repitiendo un modelo de mujer basado exclusivamente en la imagen?
Hay otro tema. ¿Qué es lo pornográfico, el objeto o la mente de la persona?
Y eso es sobre lo que más he estado pensando estos días. Porque mi primera reacción es instinto de protección: denunciar esas fotos. Porque estoy convencida de que habrá muchos pederastas encantados con esas imágenes. Y porque a los niños hay que protegerlos. Y luego me autocuestioné. ¿No será un problema mío? ¿No será que los niños mantienen la inocencia hagan lo que hagan, y yo lo estoy viendo con ojos de beata retorcida?
Y creo que no.
En lo más sencillo, en lo de que los niños sean «IT kids» y la moda y las marcas se fijen en ellos para sacar colecciones en miniatura de las colecciones de adulto, que acaparen portadas o cuentas en instagram posando como Kate Moss (y digo Kate Moss a propósito), mi postura es clara: no. Los niños son niños. Su responsabilidad es crecer sanos, jugar mucho, aprender, crear vínculos emocionales entre iguales sanos, leer, cantar o ver la tele. Pero no convertirse en mini estrellas (ni de la canción, ni del instagram, ni del deporte).
Lo segundo, es más complicado, pero mi posición es aún más firme. Más allá de la idoneidad de crearle a una persona en desarrollo una huella digital que quizá de adulto no quiera tener (y que será más difícil de eliminar que si quisiera apostatar), sexualizar a la infancia es una barbaridad. Por lo que puede haber «allá fuera» y por la confusión a la que se puede llevar a los niños. La madurez sexual llega cuando el cuerpo está preparado y también cuando la mente está preparada. Alterar el ritmo es perjudicar un desarrollo sano y natural del niño. Además de, por supuesto, educar a las futuras mujeres de mañana como objetos, y no como personas.
De nada serviría una legislación internacional que protegiese a los niños de unos tutores con criterios tan cuestionables, si no educamos a una sociedad que cada vez adultiza más a los niños y perpetúa la adolescencia en los padres. Quizá llegue un día que los niños vayan al trabajo y nosotros nos quedemos en casa jugando a la play.